Esta mañana dejé a la peque en el cole como tantas otras veces.
Hay que pasar por un camino con mucha vegetación. Zona verde.
Vi a una chica que no debía tener más de 20 años y que venía de dejar a sus ¿hermanas? ¿primas? ¿sobrinas? en el colegio.
Se estaba terminando de beber un zumo en una botella de plástico.
Cuando le dio el último sorbo no se lo pensó ni medio segundo:
Tiró la botella de plástico al campo.
Entre las plantas verdes y frescas, todavía oliendo a la humedad del amanecer.
Solo tenía que haber caminado unos metros más con la botella en la mano para echarla en una papelera pública.
Pero no quiso esperar, le molestaba llevar una botella de 15 gramos encima durante 1 minuto de caminata.
La tiró entre las plantas y la hierba; en la tierra.
Y no es que haya venido aquí a dármelas de activista.
Pero el desdén de la chica y la ausencia del menor de los titubeos tirando esa botella de plástico, no ya al suelo, sino en toda la zona verde…
Me dejó insensibilizado el resto del día.
Ni siquiera perder el trabajo de media mañana por culpa del apagón me ha sacado del modo “es que nos merecemos irnos a la mierda como humanidad”.
Tengo esa imagen mental y no creo que me la pueda sacar de la cabeza en unos días.
Tampoco he venido a decirte que “esa es la gente contra la que compites”.
Porque no es cierto.
La mayoría de la gente con tal nivel no es tu competencia.
Más bien podrían ser aquellos a los que les vendes.
(relax, no estoy diciendo que escribas para ellos, pero igual hay alguien que tiene un ecommerce de bebidas, un proyecto de reciclaje de plásticos o un programa de reinserción para lobotomizados mentales)
No sé que es peor. O mejor.